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¿Qué escribir… (en el día de la tierra)

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…quizá un cuento que evoque las hazañas de los humanos sobre la tierra, o bien un retrato superrealista de lo que acontece hoy día y que nos ha hecho evidente que realmente ha cambiado el clima en el planeta. ¿Qué si somos culpables los humanos o no? Quizá podría ser, pero realmente se ha gastado mucho tiempo, palabras, recursos y buenas intenciones en achacar culpas. Cuando lo más importante es qué es lo que vamos hacer para adaptarnos a este nuevo planeta que tenemos, quizá no nos hemos percatado pero el planeta es un ser vivo y no solamente porque tenga células y un organismo, seguramente tiene sentimientos y por qué no afirmarlo tiene alma.

Quizá si lo llevásemos al psiquiatra descargaría su furia, como lo hace por medio de terremotos, maremotos y tormentas. Quizá así estaría más tranquilo, pero el problema de fondo no sería resuelto, quizá si nos ponemos más serios nos daríamos cuenta que por mucho que el ser humano se ha empecinado en extraer y abusar de los recursos del planeta sin pensar en un mañana, simplemente buscando el pan de hoy, si hemos desgastado los recursos mucho más rápido que cualquier otra especie, así como todos esos fósiles o bien dinosaurios, que hoy día viven en el tanque de combustible de nuestros cancerígenos automóviles, escupiendo humo a la atmosfera que cada vez está más agujerada que queso, quizá si hicieramos las cuentas y nos salieran que a lo largo de nuestra civilización humana hemos habitado quizá unos 20 mil millones de personas desde que aparecimos sobre la faz de la tierra, desde que éramos nómadas, desde que descubrimos el fuego y que nos pusimos a andar erectos y dejamos atrás a nuestros primos los otros primates y avanzamos más, quizá nos daríamos cuenta que por mucho que cuidemos este planeta un día ya no va poder ser habitable por nuestra especie, simplemente un día se apagará el sol o bien la atmosfera sufrirá un colapso, o bien el ozono, o una lluvia de meteoritos acabará, no con el planeta, sino con las condiciones que necesitamos para vivir en este o bien otro planeta.

Esto tampoco nos debe dar justificación para destruir el planeta a diestra y siniestra sin consideración alguna. Quizá pronto se verán cambios reales que tomaremos todos los humanos y tendremos ese despertar que tanto anuncian las profecías mayas y que estaremos en capacidad de recuperar la armonía en nuestros corazones y eso lo traslademos y compartamos con nuestros vecinos y comunidad para seguir adelante, sin miedos ni rencores, sino con paz, armonía, compasión y amor.

Personalmente creo que el mundo no dejará de existir algún día, como lo dictan las pesadillas más burdas de las grandes religiones, simplemente el planeta tierra, que hoy llamamos nuestro hogar dejará de brindarnos las condiciones para que podamos vivir en el. Quizá sería grato saber o vivir en un lugar donde por mucho que sabemos que se va acabar algún día, lo hagamos de la manera más inteligente, disfrutando y compartiendo con todos, ese amor que nace de nuestros corazones, ya que así como tenemos relaciones con personas que amamos y que sabemos que algún día terminaran, pero no por eso las destruimos antes de tiempo ni somos ingratos con la fuente de ese amor que tenemos, que tuvimos y que tendremos. Quizá el cambio esta en uno mismo y darse la oportunidad y sobretodo a quienes vienen tras nosotros naciendo en estos tiempos de poder disfrutar lo que un día nosotros hicimos. Quizá debemos tener una actitud más activa, menos complaciente y comprometida para arreglar nuestra casa, llamada Tierra…

El mito femenino

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¡Muerte al machismo! Escribió con una lata de aerosol rojo, sobre el albo virginal del muro perimetral del hospital general. Mientras en la esquina la observaba un arlequín que se carcajeaba de su forma tan graciosa de correr al ser descubierta por una enfermera del hospital, quien le recriminaba que no había presupuesto para pintar el muro cada vez que algún dañado de la cabeza pintara sus demandas.
Llegó hasta su auto, puso en marcha el motor y aceleró sin respetar semáforos, peatones, ni a los otros autos. Iba cegada por la furia, que no había conseguido canalizar con sus pintas en las paredes en el día mundial de la intolerancia. De repente se percató del autobús que estaba parado esperando a los pasajeros, tuvo que hacer violentas maniobras con el volante, para evitar colisionar con el transporte público y se estrelló contra una pared. La dama descendió de su auto, dejando el motor encendido. Sin tomar en cuenta el embotellamiento que causaría. Ni mucho menos la emisión de gases que contaminan nuestra cancerígena atmósfera. Era tan feminista que no le importaba el medio ambiente, ni la contaminación, ni la ecología.
Ella ataviada con una falda marrón, adornada con flores y un vuelo espantosamente poco seductor. Capaz de detener el embate de dos pastillas de cincuenta gramos de sildenafil, de cortar el poder azul del viagra. Con una chaqueta a usanza militar chabacano y macho, a los cuales decía odiar. Con una blusa escondida tras esta chaqueta, que no dejaba asomar ni por descuido alguna curva línea de sus senos castos. Aún más castos que todas las imágenes y santos de los templos. Donde acudía a reprocharse ser mujer, su falta de valor, de determinación, su exceso de romanticismo y sentimiento. Tenía que exorcizarse de ellos, apretándose cada vez más el silicio invisible, con el que castigaba a su pobre corazón de mujer.
No podían faltar sus botas, con sus medias de botas, según palabras de ella. Cosa que el arlequín por mucho que intentase acordar de las parisinas, porteñas, londinenses, holandesas, germanas, suizas, neoyorquinas, santiaguinas, montevideanas, finlandesas, suecas, moscovitas y como olvidar a las italianas. Nunca ninguna comentado de dicha prenda.
Seguro era algo del caribe, aunque no tan deleitante como el ron y el tabaco, o la música, o las bellas mujeres, altas, de piernas largas y figuras voluptuosas. ¿Acaso había conocido alguna mujer feminista de esos países tan femeninos? No, se contestaba con la cabeza.
Mientras observaba a esta tipa gritarle todas las razones por las cuales los hombres eran detestables. Después de verla gritar por dos horas, cuando su auto había ingerido todo el combustible, se sentó en la vereda. Se tomó el cabello entre las manos y lloró por cualquier motivo. Mientras su lado masculino se apoderaba cada vez más de ella.
Luego el arlequín la observó y le dijo,
-¿Sabes por qué las mujeres feministas son las menos femeninas?
-¿Acaso eres misógino?, preguntó ella.
-No, no lo soy, me gustan las mujeres. Pero me gustan las mujeres femeninas. No te digo sumisas, pero si femeninas. Y no me gustan las feministas, porque para serlo sacrifican su lado femenino. Y se comportan como el hombre más macho. Matan sus sentimientos, caen en el juego del macho. Porque se rebajan a jugar en la cancha que el propone, la que el conoce. En la que él puede vencer. Las obliga a desvincularse de su feminidad, tornándolas en unos completos y estúpidos machos.
No dijo nada más. Se dio la vuelta y se marchó a la ferretería a comprar un bote de pintura blanca y una brocha. Para borrar el sanguíneo color del himen violado. Cuando volvió ella aún estaba sentada, llorando. No podía hablar. Salvo tenía expresión de virgen violada. Luego de terminar de pintar, el se despidió y le dijo,
– Sí realmente quieres cambiar el mundo, no seas tan egocéntrica. Piensa en los demás, estaciona bien tu auto y no malgastes el combustible. Piensa en el futuro. Pero por favor no te conviertas de feminista a ecologista.

La plegaria de MCI

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Desconsolado en un bar, llora el Motor de Combustión Interna. Busca encontrar una respuesta a sus dudas. En tanto, pide un trago de Ácido Sulfúrico con Óxido Nitroso y mata unos segundos de vida. Bebe para expiar las culpas que los humanos le achacan. Ingiere grandes cantidades de combustible de 300 octanos. Embriagarse es su cometido para poder olvidar la culpa que siente por servir a los ingratos humanos. Acaso, sí pudiera rezar a su creador, elevaría una plegaria a Otto y otra Diesel. Desea encontrar consuelo en este mundo cruel regido por los autómatas humanos, sin embargo no lo  encuentra y a ellos no les importaba acelerar a fondo el carro de la autodestrucción. Éstos pérfidos, gime, entre sollozos, corren vertiginosamente obstinados en demostrar su desdén por la vida.

Mientras que él debe soportar –en silencio– las recriminaciones de los ecologistas. Llora amargas gotas de aceite por sus acuosos ojos, empaña y mancha los parabrisas. Se le acusa de ser un dependiente, un vicioso, de querer consumir todo el petróleo del mundo, de succionarlo para poder así acallar las voces que viven en su carburador, en la cámara de combustión. Ellos no saben, pero el debe saciar la sed de sus inyectores, no lo comprenden e inquisidoras voces lo acusan  de ser un vicioso que en plena orgía vomita humo, para seguir, luego, ingiriendo gasolina.

El motor se pregunta, ¿acaso no se han dado cuenta, que basta con no arrancarlos?, ¿de no despertarlos? Que si una mañana cualquiera en vez de ir en auto a donde sea, caminan, trotan o utilizan la bicicleta. ya no habrá más vómitos de humo. Sí todos lo hacen, ya no se consumirá más petróleo. Y, poco a poco, se irá disipando la contaminación, tal vez yo me extinguiría pero sería feliz, pensó el motor.

Pero el humano es como el drogadicto, con hábitos autodestructivos.  La dependencia del efímero placer lo lleva por la senda de su destrucción.  Suspira profundo el motor, bebé un trago largo y vuelve a preguntarse: ¿Acaso antes de mi  había obesos, colesterol, estrés o presión alta? No, brama con un gran chasquido de carburador. ¡Ni siquiera existían los fármacos para curar estas enfermedades! No era necesarios. La gente andaba, corría o usaba la bicicleta, era saludable. Además, no había contaminación ambiental, ni acústica. Todo era más lento.

Pero la economía no puede darse el lujo de vivir saludablemente, es, al igual que el humano, una drogadicta que depende del adictivo dinero. Tose y carraspea su obturador de inyección, levanta su vaso de petróleo y sentencia: “El motor debe seguir existiendo para fomentar el círculo vicioso del dinero y el poder”. Pero eso me tiene al borde del abismo. Echó un mar de llanto negro,  se tambaleó con las explosiones de las compresiones, que le provocan una crisis nerviosa y se colocó al borde del suicidio. Entonces, pensó que el horno de treinta mil grados centígrados  era  una buena salida. Por lo menos así podré escapar de ésta triste historia. Suspira vapor nitroso y piensa: “sí acaso los dioses se apiadaran de mi y me mandaran una muerte digna”, pero intuye que eso no va a pasar, por eso trinca otro trago de combustible y que todo se vaya al infierno. Que los humanos con sus guerras y naciones poderosas e industrializadas, se vayan al traste. Porque su destino es seguir de la mano con los malagradecidos mortales, para seguir mortificando al planeta en la metástasis del desarrollo económico.

Ensamble del caos

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Estruendosos lamentos escapaban de los engranes –deformes entrañas– que daban vida a los órganos de aquel monstruo. Su descomunal diseño se engendró de los planos secretos, que algún espía vendió a un inescrupuloso inversionista. ¿Quién era más culpable? Ambos y ninguno al mismo tiempo.

El codicioso y lánguido inversionista supervisaba, con los planos en la mano, el diseño de la producción en línea.. Miles de obreros –sin rostro– golpeaban  y ajustaban  los detalles del diseño, lo hacían a una celeridad tan grande que no se detenían ni siquiera a pensar en la mano que el engrane les devoraba; menos en la manera  de como esa maquinaria engullía su humanidad.

Con el dinero de la venta en la mano, el espía se reunió con sus otros tres compañeros, partieron a las Bolsas de Valores del Universo y compraron más títulos de otras empresas que estaban utilizando sus diseños. Por lo que, antes del cierre de la jornada bursátil, habían duplicado sus ganancias, mientras empezaban hacer planes para su jubilación anticipada.

Sí, el consejo de la compañía que representaban se enteraba que habían vendido los diseños de una idea desechada siglos antes, millones de siglos antes, los despediría de inmediato.

Los planos fueron usados para crear galaxias en línea, pero habían sido desechados por la cantidad de fallas en su estructura y, sobre todo, porque destruía el cosmos. Ya que, al echar a funcionar la maquinaría, esta robaba parte de la identidad de las personas que formara parte de ese inmenso artilugio desquiciado.

El espía se justificaba y argumentaba que los honorables miembros del consejo también tenían sus culpas, desecharon los diseños pero dejaron  olvidado  todo los demás –las miles de galaxias– en el agujero negro donde escondían sus errores, en especial los de marketing, procesos y descalabros financieros. Así que una galaxia más o una galaxia menos no importaba.

Por cierto, al equipo de cuatro especialistas les pagaban por tiempo, por lo que entre más rápida estuviera la tarea, menos habría que remunerarles. Además, no sería la primera vez que terminarían un trabajo antes del tiempo programado. Sin embargo, aún restaba mucho por hacer, cada nueva galaxia era una oportunidad de empezar.

Por lo pronto, tenían el problema de la venta de los títulos de propiedad de otras galaxias en el mercado negro, los habían robado de la bóveda estelar. El Presidente del Consejo  guardaba, en la bóveda estelar, todas las acciones nominativas del universo. Quizá, sí estos especialistas sembraban caos por otros lados, no le ponían atención a la bóveda y nadie notaría que faltaban los títulos. Asimismo,  y esto no lo sabía nadie, menos el Presidente del Consejo, pero parecía que su mejor cuarteto estaba por renunciar.  La vida de farándula les había embelesado.

Pero, ¿por qué preocuparse? Tenían la eternidad para lograrlo. Además hoy era fiesta,  por lo que el lunes, a primera hora, lo verían. Uno de ellos comentó, pensar que en algunos lugares les atormenta tanto la eficiencia y el tiempo que ya no disfrutan nada.